Los poemas son como los sueños, en ellos pones lo que no sabes que sabes.
Lo más importante que una mujer puede hacer por otra es iluminar y ampliar el ámbito de sus posibilidades… Negarse a ser una víctima; partir de ahí y seguir adelante.
Adrienne Rich
Beatriz Giovanna Ramírez y Angie Simonis |
Antes de entrar en el bosque, le dije a
Beatriz, tenemos que ponernos el disfraz de ninfas para no desentonar en los
terrenos sagrados de la Madre Tierra. Habla Antonio Arroyo Silva en la
introducción a tu poemario sobre el renacer de la vida, tan evidente en la
primavera, y sobre la imposibilidad de que la deidad o la Naturaleza responda a
tu pregunta del por qué o el para qué del renacimiento. Quizá Antonio Arroyo no
conozca la tradición de la Diosa, no puede sentir lo que las mujeres “sabemos”
porque lo “sentimos”: que la vida nunca muere, que es un ciclo eterno, el ciclo
de la Madre Tierra, circular, eterno. Que la muerte y el renacimiento las
inventaron los dioses patriarcales, mientras que la vida es creación exclusiva
de la Gran Diosa. Y que nosotras, las mujeres, somos las representaciones
humanas de la Diosa en la tierra.
Cuando los hombres, como Machado, Juan Ramón
Jiménez o Miguel Hernández se acercan a la naturaleza y a la vida y la intentan
trascribir al lenguaje, se convierten en hijos de la Diosa y su alma se viste
de mujer. Ya lo dijo Robert Graves, en su obra La Diosa Blanca, que el origen del lenguaje poético estaba
vinculado a las ceremonias religiosas en honor de la Diosa y que este lenguaje
fue corrompido por los hombres patriarcales cuando impusieron el culto a los
dioses solares, mucho antes, incluso, de que Apolo se adueñara de Delfos. El
tema de los poetas primigenios era el ciclo de las trece lunas, el del
nacimiento, muerte y resurrección del año agrario, simbolizado como el dios, el
hijo de la Diosa y que después adquiriría múltiples nombres: Tammuz, Dumuzi, Adonis,
Dioniso, Mitra, Jesucristo... Los poetas verdaderos para Graves eran los
eternos enamorados de la Diosa, su musa, trascriptores de lo pre-racional, para
los que ella era su patrona, el ama y señora de su inspiración y su acción
vital. La poesía es una revelación de la Musa o Diosa, que sólo puede darse en
estado de trance y que nada tiene que ver con el conocimiento racional o la
inteligencia, sino con el instinto y el estado onírico. El lenguaje de los
mitos y los símbolos era fácil en tiempos de adoración a la Triple Diosa y se
hizo confuso con el tiempo. Apolo impuso la razón sobre la poesía y la poesía
perdió la magia y se convirtió en un ejercicio formal, se codificó en la
escritura, cuyo acceso fue negado a las mujeres, y su magia y poder, basados en
el hálito sagrado de la palabra oral, se perdió en la noche de los tiempos.
Pero incluso estos poetas solares, hijos de
Apolo, guardaban en su subconsciente el recuerdo de la Madre y por eso
convirtieron a la Luna en el símbolo poético universal e imperecedero que sigue
siendo, y por ello cuando cantan a la Madre Tierra su voz nos suena tan
auténtica, tan real…
Tú poesía, Beatriz, no digo yo que no tenga
las influencias de todos esos grandes poetas que has leído, que todas las
mujeres que nos acercamos a la poesía y nos empeñamos en la ardua tarea de
transformar el mundo en versos, hemos leído y hemos guardado en nuestro corazón
como tesoros expresados con un lenguaje universal, sin géneros, que nos abriga
a todas y todos, el de la poesía. Pero cuando te leo, te leo más allá y
descubro versos de mujer, empapados y transidos de toda la gloria e infortunio
que significa ser mujer.
Nosotras, las mujeres, no perdimos la magia
del lenguaje poético porque la magia está en nosotras desde que nacemos al ser,
como somos, reproducciones fieles de nuestra madre, la Diosa. Está guardada, en
forma de espiral acuática, entre las paredes de nuestro útero. Nuestro drama no
es que la hayamos perdido, sino que no lo sabemos. Nos robaron la conciencia de
este don cuando nos sometieron y subordinaron y nos expulsaron del templo, y
llegaron otros dioses que creaban el mundo sentados en el trono de la palabra, sin
practicar la sexualidad, sin gestar, sin parir, sin amamantar. Nacer, crear,
dejó de ser realidad de sangre y líquido amniótico, de piel y sudor, y se
convirtió en un juego de palabras simbólicas.
Las mujeres desconocemos en gran parte nuestra
propia tradición, nos la roban, nos la escatiman en la cultura y nos vemos
obligadas a rastrearla como detectives, buscando como Proust buscaba el tiempo,
nuestro lenguaje perdido y así lo encontramos en los versos, en las palabras de
todas las mujeres escritoras que nos han precedido. Pero, aunque no lo conozcamos
cultural, racionalmente, afortunadamente, lo intuimos y lo convertimos en
cuerpo y sangre poética al cantar y escribir nuestra poesía y lo perdemos,
lamentablemente, cuando hacemos ejercicios poéticos según las lecciones de los
profesores apolíneos, los que decretan cuántos versos y estrofas han de tener
los sudores de nuestros partos. Nuestros versos son de sangre, la sangre
menstrual que limpia periódicamente nuestra alma, la única sangre que no se
derrama como consecuencia de la violencia, la que se usó durante siglos para
fertilizar los campos y que ha terminado despilfarrada, empapada en un tampax
de celulosa arrojado al vertedero.
Perseo decapitó a Medusa para apoderarse de
su caballo sagrado, Apolo mató a Pitón para apoderarse de su sabiduría, Teseo
engañó a Adriana para apoderarse de su reino, un reino que después despreció
abandonando a su princesa sacerdotisa cobardemente mientras dormía (menos mal
que andaba por allí Dionisos y la elevó con él al olimpo correspondiente,
mientras Teseo continúo con sus jueguecitos sangrientos de game boy en versión
aquea. Nos han contado que Medusa era un monstruo horroroso, que Pitón era una
serpiente dragón maligna y que Adriana era una princesa ingenua y, además,
traidora. Y lo hemos creído. No sabemos que Medusa y Pitón son representaciones
de la Diosa en su faceta de Madre Terrible y que Adriana era una diosa. También
nos contaron que Penélope se pasó la vida esperando a Ulises, teje que teje, y
se les olvidó añadir el pequeño detalle de que mientras su maridito se dedicaba
mariposear de diosa en diosa y de sirena y sirena, su esposa se ocupaba de la
ardua tarea de reinar en Ítaca.
Afortunadamente, hemos aprendido a
desobedecer, a rebelarnos, a pecar, en una palabra, por fin nos hemos comido la
manzana nosotras solitas, sin sentirnos con la obligación de ofrecérsela a
nadie y con ello, ya podemos determinar qué es el bien y el mal. Estamos
recuperando nuestra propia sabiduría y hemos dejado de creer muchas mentiras.
No somos varones incompletos como dijo Aristóteles, no somos tontas sin alma
como nos pensaba San Agustín y no existen los príncipes azules que nos
vendieron los hermanos Grimm.
Ahora, después de cinco mil años de
patriarcado, hemos ido recuperando nuestro poder y nuestra tradición y ahí
están para apoyarnos e influirnos en nuestros versos Safo, Sor Juana Inés de la
Cruz, Gabriela Mistral, Alejandra Pizarnik, Gioconda Belli, Alfonsina Storni,
Violeta Parra, Gloria Fuertes, Adrianne Rich, Silvia Plath, Dulce María
Loinaz... una lista que se haría interminable. Ya podemos hablar de tú a tú con
Machado, con Juan Ramón y con Miguel Hernández, como hace Beatriz, pero con
nuestro propio lenguaje, con nuestra propia poesía. Somos magas, somos diosas y
sacerdotisas, como Adriana. Y si un hombre nos engaña y abandona, si mil
hombres nos engañan y abandonan, nos despertamos de nuestra pequeña siesta en
Naxos y nos sacudimos el dolor del abandono como de un traje pasado de moda y nos
convertimos en diosas junto a Dioniso, el dios de la libertad y el éxtasis, el
símbolo de la vida indestructible, y celebramos nuestra bacanal, nuestro
akelarre, en la arboleda, en el bosque de los sentidos.
Pero antes de entrar en el bosque nos
despojaremos de nuestros ropajes de miedo, de inseguridad, de culpabilidad,
hechos con el hilo de la dependencia, con ese hilo que nos ataba a una
naturaleza que no es la nuestra, sino la que nos contaron que era la nuestra. Y
ya desnudas de mentira nos pondremos el disfraz de ninfas, que no es otro que
el de nuestra propia piel y nuestro propio lenguaje, hecho de hojas, de frutos
y de flores, salpicado de la sangre de nuestros partos biológicos e
intelectuales, y bailaremos la danza que nos apetezca, y cantaremos los versos
de nuestra verdad, como hace Beatriz, los que hemos escrito apoyadas en un
roble, el roble de nuestra fortaleza, de nuestra experiencia.
Esa verdad que la Diosa nos inspira que
gritemos, paciente, con su mirada esférica que todo lo abarca. Que necesitamos
gritar con el corazón abierto para no ser destruidas, la verdad que pintamos cada
día, con infinito esfuerzo, de colores felices. Cuando escuchamos los ladridos
de los perros bajo la luna, cuando contamos los garbanzos de la comida que
damos a nuestros hijos con miedo de que no sean suficientes, cuando sentimos el
aroma de los naranjos al ser besadas, cuando buscamos las amparos que nos
consuelen con su voces de leña, cuando nos columpiamos en espadas y cicatrices
para curar nuestras heridas, cuando guardamos nuestra felicidad en un laberinto
vigilado por el amor de unos ojos rasgados. Esa verdad que será grito en el
bosque silencioso, sacudiéndose del pelo la lluvia de las soledades,
desmaquillándose el rostro de violencia y rencor, vaciando los cajones de innecesaridades,
olvidando el miedo a las espinas del lenguaje porque será más poderoso que
ellas el aroma y el terciopelo de los versos. Una verdad contenida en el
infinito espacio de una hoja de roble.
Las mujeres poseemos ya nuestro lenguaje con
el que cerrar los círculos de dolor y transformarlos en discursos de poder y
afirmación para el mundo. Qué mejor método para ello que el sortilegio. Invoco,
con este poema sortilegio, las fuerzas invisibles y efectivas de nuestra propia
palabra y nuestro propio discurso:
Nosotras
Me gustan las mujeres que han
sufrido,
las
que emprendieron como Ulises
el
viaje de los enigmas
y no
se quedaron en casa
tejiendo
y destejiendo esperas.
Me gustan las mujeres que han
llorado,
que
se han lavado la cara
con
el rocío del abandono,
que
han remendado su boca
con
sonrisas tristes
para
poder seguir viviendo enteras.
Me gustan las mujeres valientes
que
han vestido penas y complejos
con
telas negras de soledad,
pero
han esperado su momento
para
desnudarse libres y bellas.
Me gustan las mujeres
todas,
eternas
amigas,
las
que sufriendo,
llorando
y
desnudándose
han
aprendido, como yo
a
vivir sonriendo.
©Angie Simonis, 2012.
Disertación literaria sobre la obra "Antes de entrar en el bosque" de Beatriz Giovanna Ramírez por Angie Simonis. Casa de Cultura de Finestrat , 5 de Mayo de 2012
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Biobibliografía
Angie Simonis. Soy Licenciada en Filología Hispánica y ultimo mi tesis doctoral en Estudios Pluridisciplinares de Género del CEM (Centro de Estudios de la Mujer) de la Universidad de Alicante, bajo la dirección de la catedrática de literatura Carmen Alemany Bay.
En mi faceta profesional como docente, he impartido asignaturas relacionadas con la literatura de mujeres y el cine español desde la perspectiva de género en CIEE, programa para universitarios estadounidenses en la Universidad de Alicante. En la actualidad imparto cursos y talleres sobre cine, literatura y mitología de mujeres, como medio de prevenir las múltiples formas de la violencia sexista y fomentar el feminismo, difundiendo su cultura y tradición.
Por lo que respecta a mi labor como investigadora, hasta 2009 mis investigaciones se centraron en el lesbianismo, con la culminación de la publicación de mi trabajo (DEA) Yo no soy esa que tú te imaginas: el lesbianismo en la narrativa española del siglo XX a través de sus estereotipos, 2009, en la colección Nueva Lilith, también del CEM. Este año también vio la luz mi artículo “Lesbofilia: asignatura pendiente del feminismo español” en Ana María Vigara Tuste (Dir.), De igualdad y diferencias: diez estudios de género, Madrid, Huerga y Fierro, 2009. En 2008 se publicó mi artículo “Yo no soy esa que tú te imaginas: representación y discursos lesbianos en la literatura española” en Raquel Platero (Coord.), Lesbianas, discursos y representaciones, Editorial Melusina. En 2007, «Creatividad femenina en el arte de la palabra. La imagen de las mujeres lesbianas en el siglo XXI» en Jornades 30 anys de feminisme al País Valencià, Allò que fem, allò que volem, 1-2/12/2007, Resum de ponències, taules redones, tallers i comunicacions, Asamblea de Jornades Feministes País Valencià/ Tàndem Edicions, 2007.
En 2010 publiqué “Retratos en sepia: las imágenes literarias de las lesbianas a principios del siglo XX”, en Elina Norandi (Coord.), Ellas y nosotras. Estudios lesbianos sobre literatura escrita en castellano, Editorial Egales, 2010. En 2011 “Victimismo y palimpsesto lesbiano en la narrativa de Carmen Riera y Montserrat Roig” en Accions i reinvencions, Colección “Cuerpos que cuentan”, Barcelona, Edicions UOC.
Anteriormente, fui la editora de Amazonia: retos de visibilidad lesbiana (Volumen 2 de Cultura, Homosexualidad y Homofobia), Editorial Laertes, 2007, en colaboración con Félix Rodríguez González) y compiladora en Educar en la Diversidad, Barcelona, Laertes, 2005. En estos mismos volúmenes soy autora de la introducción y de los artículos «En busca del lenguaje perdido. Sobre la crítica feminista lesbiana en España» y «Silencio a gritos: discurso e imágenes del lesbianismo en la literatura».
En colaboración con Marta Blanco Fernández, editamos Naturaleza de Mujer (Diputación provincial de Alicante / Concejalía de la Mujer, Ayuntamiento de Villajoyosa, 2004).
Por lo que respecta a mi faceta creadora, obtuve el primer premio en relato corto con «Lágrimas azules», II Certamen de Relato Corto, Asociación de Mujeres “Horizonte de Rute” y Excmo. Ayuntamiento de Rute, Córdoba, 2003. Y fui finalista con «Malva y romero», en I Concurso de Relatos Cortos RQTR, Madrid, 2004.
En 1996 se publicó mi libro de memorias Yo persona, diario de una superviviente, Distribuciones Margenal, Valencia.
Como poeta, tengo los poemarios inéditos: El corazón en la palabra (2000), El olimpo cotidiano (2004), Nadires y Cenits (2008), y Artemisa ama a Isis (2009).
En la actualidad, por lo que respecta a mi faceta investigadora, he abandonado la línea de la literatura lesbiana y he centrado mi tesis doctoral en la investigación sobre la espiritualidad femenina, cuyo título provisional es La Diosa: un discurso en torno al poder de las mujeres.
Este mismo año de 2012 trabajo en la coordinación del volumen nº 20 de la revista Feminismos, del CEM, La Diosa y el poder de las mujeres. Reflexiones sobre la espiritualidad femenina en el siglo XXI.
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